Lo siguiente que oigo al coger el teléfono son los gritos (literalmente hablando) de Diego preguntándome qué cómo había escrito eso, qué porqué no le había contado nada, que cómo se me había ocurrido y otro millón de cosas más.
Yo escuchaba en silencio y él seguía con montones de preguntas para las que no tenía respuesta; bueno si que la tenía pero no era una de esas respuestas tranquilizadoras que aclaran las cosas y lo reducen todo a un malentendido. Era una de aqui respuestas que echan más leña al fuego.
“Una cosa es que yo no te cuente ciertas cosas porque pertenecen a mí parcela privada y no creo conveniente contártelas, y otra distinta es que tú te asomes a mi diario y lo leas”.
No te dije lo que hablamos con pelos y señales porque no lo creí conveniente, no te dije que B le había dicho eso porque en primer lugar no sé si es verdad y en segundo lugar no quiero que sientas que tus amigos te traicionan. Fue una forma de protegerte, quizás una forma muy estúpida pero ya sabes que a veces me comporto como tal.
Después de los gritos tú también te quedas callado. Luego empiezas a llorar y me rompes el corazón; esta vez no es demagogia, no lloras para darme pena sino porque tú pena es tan grande que se te escapa de las manos.
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